Educación intercultural y diversidad

Presentación

El planteamiento de educación intercultural que en este curso se plantea va más allá del tradicional enfoque que busca incrementar las competencias de los chicos y las chicas inmigrantes –de países empobrecidos– en la adquisición de la lengua y de los valores de la cultura autóctona mayoritaria, para favorecer, de ese modo, que adquieran una preparación que les facilite el acceso al mundo laboral adulto.

Esta orientación se debe a que el auge como campo de estudio de la Educación Intercultural se inició, en España, en la década de los ochenta, con la visibilización de la migración. “Esto va a ser determinante para el modelo de respuesta por el que se opta, al desarrollarse más como reacción a la presencia de inmigrantes en las aulas a través de medidas compensatorias, que como una revisión de la inadecuación de los supuestos homogeneizadores y etnocéntricos sobre los que se asienta el propio sistema” (García y Goenechea, 2009, 87-88). Lo cual explica que la vinculación entre interculturalidad y migración sea hegemónica en el discurso público y que se haya construido un imaginario colectivo –que afecta también profundamente al mundo de la educación– que prima esta orientación instrumental y compensatoria, desde una mirada etnocéntrica, en el que las propuestas pedagógicas se relacionan con aspectos “compensatorios” dirigidos específicamente al alumnado migrante, más que con una educación en valores de todo el alumnado. Se ha convertido así en una cuestión más bien técnica, que orienta una respuesta no siempre acertada (Essomba, 2004).

En este curso se considerará que educar interculturalmente no es adoptar medidas específicas para alumnado diverso, sino favorecer el aprendizaje de todos y todas desde una perspectiva culturalmente diversa y enriquecedora. Se apuesta por una Educación Intercultural como una herramienta para aprender colectivamente a ser ciudadanos y ciudadanas de un mundo cada vez más global y mestizo, de cara a la construcción colectiva de una ciudadanía crítica global, que incorpore las nociones de justicia social y democracia cultural como bases de esta ciudadanía.

“La concreción de estos propósitos en el marco escolar de nuestros centros educativos implica entender la educación intercultural como un movimiento de reforma dirigido a: incrementar la igualdad educativa de todo el alumnado; fomentar una práctica democrática y hacer posible el reconocimiento de múltiples visiones del mundo, englobando cambios importantes en todas las variables de las instituciones educativas sin desvincularlas de su contexto sociopolítico” (Sabariego, 2004, 150).

En este sentido la Educación Intercultural no es ni debe identificarse con la “atención educativa a niños y niñas extranjeros y extranjeras de familias originarias de países empobrecidos”, sino que es la educación de todos y todas para convivir y colaborar dentro de una sociedad multicultural, en términos de justicia e igualdad. Es una propuesta y una oportunidad de mejora del sistema educativo.

Por eso, en cierta medida, añadir el adjetivo “intercultural” a la educación es una tautología, pues cualquier práctica o teoría educativa que ignore la diversidad del alumnado no puede considerarse como tal. Se trata de recrear la mejor tradición pedagógica, buscando la mejor educación posible para todos y todas, pensada desde las necesidades de todos y todas y especialmente de aquellos y aquellas que han sido tradicionalmente olvidados o silenciados.

Es cierto que el sistema educativo ha ido tomando algunas medidas (adaptaciones curriculares, programas de compensación educativa, programas de garantía social o iniciación profesional, etc.), pero prácticamente ha obviado el núcleo esencial del currículo escolar (los contenidos, el canon cultural occidental), e incluso ha caído en estrategias metodológicas, organizativas y curriculares inadecuadas: la segregación, la exclusión de muchas voces en el  currículum o su tratamiento esporádico y tergiversado. Porque, tal y como había sido creada inicialmente la escuela, con la finalidad de homogeneizar a sus componentes, ante el hecho de la diversidad, no ha podido por menos de sentirse desestabilizada, viviéndola inicialmente como un “problema”.

Por eso, los cambios aquí planteados van más allá de la adopción de medidas técnicas, para situarse en el terreno de lo social y lo político. Reclama una reconstrucción amplia de la escuela como institución social y cultural, repensando su finalidad, sus funciones, sus métodos y sus prácticas. Lo cual supone una nueva cultura y una revisión en profundidad de los supuestos sobre los que se establece históricamente la institución escolar, entre los que se encuentra su marcada tendencia homogeneizadora y competitiva (García y Goenechea, 2009).

Besalú (2010) propone tres caminos complementarios para interculturalizar la práctica educativa:

  • El primero se centraría en revisar a fondo el sesgo occidentalocéntrico que impregna todo el currículo (los objetivos y contenidos conceptuales y procedimentales de las distintas áreas, así como los materiales y recursos didácticos) para introducir la perspectiva intercultural mejorando así su cientificidad y su funcionalidad.
  • El segundo aplica la perspectiva intercultural a las cuestiones organizativas, los documentos institucionales (el proyecto educativo, el reglamento de régimen interior, el plan de acogida, el plan de convivencia, la programación anual, etc.), las metodologías, la acción tutorial, las técnicas y las estrategias didácticas, las formas y usos de la evaluación del alumnado y del propio centro, la organización de los tiempos, de los espacios, de los grupos de alumnado, etc.
  • El tercero pone el acento en la educación en valores, en la dimensión ética de la enseñanza, proponiendo la necesidad de plantear una verdadera educación antirracista. La “educación antirracista”, complementa la educación intercultural favoreciendo una educación que construya una sociedad con igualdad de derechos y de oportunidades para todos y todas. Ensancha la mirada hacia otras dimensiones tan importantes como las relaciones de poder, las condiciones socioeconómicas, etc., convirtiéndolas en eje central y vertebrador del análisis y la actuación. De ahí que este tercer camino explore los mecanismos sociales, económicos y culturales que se encuentran en la base de las situaciones de discriminación que perpetúan la exclusión e implica en acciones y compromisos educativos y sociopolíticos de cambio de esas estructuras injustas y discriminatorias. Permite no sólo vincular los contenidos trabajados con la vida real, sino animar al alumnado a iniciar acciones reflexionadas y a verse sujetos activos que pueden colaborar a mejorar la sociedad a través de la acción colectiva y el ejercicio crítico de la ciudadanía.

Estos tres caminos complementarios son los que se tratan de recorrer y experimentar en este libro. Abordar el reto de la diversidad cultural es una de las tareas más importantes que el siglo XXI reserva a nuestra sociedad. Dar respuesta positiva a este reto supondrá la renovación del aprendizaje de una convivencia constructiva y positiva; la reconstrucción de identidades sociales mestizas y multiculturales; y la formación de y para una ciudadanía activa. Es una oportunidad que no debemos desaprovechar para construir una sociedad auténticamente democrática. Sabiendo que el reconocimiento de la diversidad y las diferencias culturales sólo es posible activarlo desde la igualdad de las condiciones de acceso al escenario que hace posible dicho reconocimiento.

“La diversidad cultural, en un contexto social de equidad, justicia e igualdad de derechos deja de ser un motivo de conflicto para convertirse en una oportunidad de desarrollo y crecimiento personal y colectivo para todos y todas” (Essomba, 2003, 63).

Por eso se necesita algo más que el trabajo pedagógico. La educación intercultural es insuficiente si no va unida a una política general de igualdad de oportunidades, a todos los niveles, por parte del Estado y de la sociedad. Como dice Mary Nash (1999), la pedagogía de la interculturalidad no se limita, ni mucho menos, al ámbito de la escuela, sino que implica a la sociedad en su conjunto en una lucha relacionada con la justicia social, el desarrollo de la ciudadanía, la democracia participativa y la eliminación del sexismo. Vincula así las luchas educativas con esfuerzos más amplios destinados a democratizar, pluralizar y reconstruir la vida pública (Giroux y Flecha, 2002). De hecho la situación de integración y de cohesión sociocultural sólo se producirá en el caso de que la población pueda ver satisfechas sus expectativas de orden económico y político, en el contexto de una sociedad con igualdad de derechos y de oportunidades para todos y todas.